En el rejuvenecimiento del campo, tres grupos llevan la batuta: los y las jóvenes que siguen con el legado de su familia, los que proceden de la ciudad y los que han vivido en el medio rural pero nunca habían estado involucrados con el agro. “Entre todo van tejiendo redes”, indicó Fernando Fernández, del Eje de Soberanía Alimentaria de Mundubat. “La dureza de los proyectos viene de ir a contracorriente. En Euskal Herria, el modelo económico dominante arrasa con el campo. El entorno no favorece este tipo de experiencias”. 

De eso sabe Kepa Agirregoikoa, de Amorebieta-Étxano, que aparece en su vídeo rodeado de sus cabras y vacas, las cuales le proveen de la leche para hacer sus quesos y yogures, únicos en toda Bizkaia. Él contó que hace poco habló con un funcionario del Ayuntamiento de Bilbao porque desea vender sus productos en esta ciudad y gestionar los permisos respectivos, “tú no tienes nada que venir hacer a Bilbao”, fue la respuesta que recibió. 

Sin embargo, la fama de los quesos y yogures de Kepa le abren oportunidades sobre todo entre las personas que ya son conscientes de la calidad que ofrece y que no tienen nada que ver con los que venden en los supermercados, además de que otros grupos de jóvenes que también han decidido vivir del campo lo han integrado en sus redes de cestas ecológicas y le dan más ideas de cómo promover sus productos. Txapu, del mundo de las huertas, señaló que al saber que Kepa tiene queso, “entonces a él se lo pide mi grupo. Es la red. Nos ayudamos, montamos ferias”, explicó al público en la sala de Bilborock.

En todas las experiencias que se han recopilado para la IV Ciclo de Cine Documental Soberanía Alimentaria, el obstáculo a vencer siempre ha sido la Administración Pública. Patricia Dopazo, coordinadora de producción y colaboradora de la Revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas y de la Asociación Periferies, Valencia, afirmó que, por ejemplo, las subvenciones obligan a comprar infraestructura nueva, cuando muchas veces los y las jóvenes quieren recuperar una ya existente.

Pero nada desanima a la nueva juventud campesina. Y como bien decía Olga, de Castellón, que junto con su pareja Gotzon, originario del País Vasco, tienen una huerta y un pequeño puesto de venta en el mercado, “para atrás ni para coger impulso”. No buscan hacerse ricos, simplemente vivir mejor. Y lo están consiguiendo. Su clientela aumenta cada día. Las mujeres que llegan a comprarle le dan los mejores elogios: “Mi esposo dice que solo quiere de sus judías. Qué están buenísimas”. 

El síndrome de la hortelana tiene a una digna representante en Leticia, de Córdoba. “Me siento en paz entre mis verduras”, confiesa y de ahí que no necesite más para sentirse plena, feliz. Aunque también acepta que sí necesita la intuición de su padre en el arte de cultivar la tierra, “yo pongo la teoría”. El otro aporte viene del regadío del Guadalquivir que brinda el agua que necesitan las plantas, aunque haciendo gala de confiar en otras personas que se sientan motivadas a elegir la vida en el campo como una forma de ganarse el sustento, lanza la siguiente propuesta: “me hace falta gente para compartir este proyecto”. 

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